Lunes, 20 Mayo 2024

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Por: Juan J. Paz y Miño Cepeda

 

Desde 1999 en adelante, entre los sectores democráticos y de izquierda, se creyó que el ciclo de los gobiernos progresistas abría un nuevo momento histórico. Parecía que su duración era indefinida. Los avances no solo en la estabilidad y hasta el crecimiento económico, sino sobre todo en múltiples mejoras sociales, aseguraban la permanencia de la tendencia progresista. Pero hubo demasiada confianza en los procesos electorales, porque los triunfos se sucedían y, en general, se descuidó la organización social, laboral y popular, así como el permanente trabajo ideológico para transformar viejos valores y conceptos y generar nuevas conciencias ciudadanas.

Pero el progresismo fue derrotado no solo a través de los golpes blandos, como en Brasil, Honduras o Paraguay, sino también por los triunfos electorales de las derechas en Argentina o Chile, e incluso por el giro absolutamente imprevisible, la ruptura total con la Revolución Ciudadana y la persecución institucional del “correísmo”, ocurridos en Ecuador, desde 2017.

De manera que al ciclo progresista ha sucedido el de la restauración conservadora, con el poder total de los sectores sociales de mayor elite y concentración de la riqueza económica en Latinoamérica. En la región -y especialmente en Sudamérica, cuna del progresismo- predominan hoy los gobiernos identificados con el gran capital y subordinados a la geoestrategia continental del americanismo.

El retorno de las derechas -nuevas o viejas- unifica posiciones en torno a múltiples áreas del manejo económico. Pero cuatro son las que están definiendo el marco del desarrollo de la región: la vinculación transnacional, el Estado, los impuestos y el trabajo.