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La trampa del poder : Petro reflexión sobre el cambio

Jun 23, 2023

 

Hace un año y unos días llegó al poder el primer Gobierno de izquierda de la historia de Colombia. Algunos creímos que el país empezaba a cambiar, que era suficiente con la elección de un presidente que hablaba de reforma agraria, paz y transformaciones sociales; pero, con el paso de los días, se ha hecho evidente que, como dice un hermano, “tenemos el Gobierno, no el poder”. Esta frase encierra una trágica realidad y es que el poder lo siguen teniendo los de siempre, aquellos que se niegan a que este país salga del sistema colonial, ese cuyo equilibrio depende de que haya pocos muy ricos y muchos muy pobres, unos bien educados y otros sin educación, unos que van a la guerra y otros que piden seguridad. Lo que el presidente Petro llama “golpe blando” yo lo veo como la inflexión del poder.

Por mucho tiempo pensé que uno de los más graves problemas de Colombia era el sistema presidencialista, que hace que sea el jefe de Estado quien determine las otras ramas del poder, pero hoy es evidente que no es así. Que no es suficiente elegir presidente, porque, como le está pasando a Petro, los otros poderes pueden arrinconarlo. En los últimos cinco gobiernos, es decir, en 20 años, nunca se había visto un Ejecutivo con menos ascendencia sobre los otros poderes. El año de “luna de miel” entre el Gobierno y los congresistas no duró ni seis meses. Esta semana le dejaron claro al presidente que no habrá reforma a la salud ni laboral, que no habrá apertura de las libertades individuales y que en el Congreso de la República sigue mandando el obtuso Germán Vargas Lleras, ya a través de sus leguleyos especializados en la Ley 5, ya a través del rabioso e ignorante Polo Polo.

Y no es que Vargas Lleras sea un hombre poderoso, no. Simplemente es un agente conductor del poder. Un político servil al statu quo, un capitán de campo en la primera línea de defensa del establecimiento. No protege ideas sino intereses, no desata pasiones sino que activa una red burocrática que se ha instalado en todos los poderes en función de evitar las transformaciones. Es un fiel representante del oscurantismo centralista que quiere manejar el país desde el Gun Club de Bogotá. Su conocimiento del Congreso es indiscutible: se mostró inicialmente flexible y bien intencionado, pero era solo para ganar terreno en el campo de los nombramientos; dejó correr al Gobierno con el balón los primeros meses y ahora, cuando ya lo ve cansado, lo goleó en el último minuto. Le tumbó la laboral, la ley de sometimiento, el cannabis recreativo y le metió el peligrosísimo Código Electoral, con el que el abyecto registrador Vega se hizo de puestos y contratos.

Además, el establecimiento que defiende el oligarca malcriado ha apretado las clavijas por los lados de las cortes. El Consejo de Estado, con sus cavernarios “doctores”, movió los hilos y le quitaron al presidente dos de sus mejores jugadores. En una misma semana tumbaron a Roy, que era el único capaz de conjurar las turbias aguas de la transaccionalidad legislativa, y al contralor Carlos Hernán Rodríguez, que empezaba a destapar la corrupción de políticos, gamonales locales, militares y policías. El mensaje aquí fue clarísimo: no toque a los estamentos que le han servido a la patria boba, porque le detonan los cimientos al Gobierno. Y completa este panorama de contrarreformas el fallo de la Corte Constitucional con una “aclaración” que es más lo que enturbia y frena el avance histórico del derecho de las mujeres a elegir ser madres.

Una parte importante de este fracaso hay que también asignársela a la improvisación en muchos nombramientos, a la permisividad de atraer al “cambio” a los lagartos que se ponen y cambian la camisa dependiendo de para dónde sopla el viento. Los lizcanos, los benedettis y la clase política costeña que llaman los verónicos están dedicados al saqueo del Gobierno del cambio. Toda esa tropa que viene del poder le hace zancadilla al proyecto de Petro, que termina por morir en las manos de otro sector igualmente peligroso. El de los inexpertos y rabiosos militantes de la izquierda dogmática, esos que ven enemigos en cada esquina y que no los mueve el deseo de transformación sino el de venganza, no la ilusión sino el resentimiento. Y así estamos viendo diluirse la posibilidad de que un gobierno progresista sea alternativa real, pues quienes están en él creen que por estar gobernando tienen el poder, pero se equivocan.

 

Hojas sueltas, Alfredo Molano Jimeno, El Espectador, 23/06/23