La sangrienta farsa contra Libia
Por Antonio Caballero
OPINIÓN
El régimen de Gadafi era el penúltimo de los que hace cincuenta años surgieron en el Oriente Medio árabe contra el colonialismo occidental, inspirados por un nacionalismo laico y “revolucionario”.
Sábado 29 Agosto 2011
Dicen Correa del Ecuador, Chávez de Venezuela, Castro de Cuba, que esto de Libia no es una revolución democrática, sino una invasión imperialista. Dicen otros, desde Obama de los Estados Unidos y Sarkozy de Francia (con su soldadito de plomo el todavía llamado “joven” filófoso Bernard-Henry Lévy) hasta varios columnistas de la prensa colombiana, que lo que pasa es que el pueblo libio ha tomado en sus manos su propio destino.
Me parece que tienen razón los primeros (y con ellos el principal protagonista y una de las muchas víctimas de esta farsa sangrienta, Muamar Gadafi). Cuando escribo esto el episodio no ha terminado todavía (y los capítulos que vienen durarán varios años más, como en Irak o Afganistán); pero por las imágenes de la televisión que nos han mostrado sigo sin creer que sea de verdad seria la revolución libia. Como no lo ha sido la egipcia de la plaza Tahrir: ¿quién manda en Egipto? Los generales del depuesto dictador Mubarak. Ni la tunecina del vendedor ambulante inmolado por el fuego: ¿quién manda en Túnez? Los políticos del exiliado dictador Ben Ali. ¿Cómo va a ser seria una revolución de muchachos que corren en camiseta y bluyines, armados de rifles de cacería, para enfrentarse a los tanques del tirano? ¿Una revolución que avanza en jeeps armados con ametralladoras antiaéreas por carreteras asfaltadas por el tirano para las multinacionales petroleras? ¿Cómo va a ser popular una revolución que solo triunfa porque la Organización del Atlántico Norte (Otan), la más poderosa coalición de fuerzas militares de la historia, decide ponerse a bombardear el país? Los aviones de Francia, Gran Bretaña, Italia y los Estados Unidos han hecho veinte mil incursiones aéreas sobre Libia, sin contar los cañoneos desde el mar, en los seis meses que ha durado la rebelión. Dicen que sale a millón de dólares cada cohete disparado contra el palacio fortaleza del tirano Gadafi, hoy por completo machacado (pero con sus moradores lanzando arengas por la radio).
Un detalle: el régimen de Gadafi era el penúltimo de los que hace cincuenta años surgieron en el Oriente Medio árabe contra el colonialismo occidental, inspirados por un nacionalismo laico y “revolucionario”: el de Nasser en Egipto, el de Burguiba en Túnez, el del FLN en Argelia con Ben Bella y Bumedién, y en Siria y en Irak el de las dos ramas rivales del partido Baas. Todos ellos se corrompieron y se convirtieron en tiranías personalistas con vocación dinástica, a veces enemigas y a veces amigas de Occidente (y de sus empresas petroleras). Así, por ejemplo, cuando la revolución islámica de los ayatolas expulsó de Irán al Sha, el nuevo amigo que sirvió para contener la expansión chiita fue Sadam Hussein de Irak, en una guerra que costó varios cientos de miles de muertos de cada lado. Desangrados a la vez Irán e Irak, Hussein cayó en desgracia. Y vinieron las dos guerras del Golfo: la invasión “democratizadora” que toda-vía está en marcha. En cambio siguen siendo amigos, y en consecuencia no sometidos a sesiones terapéuticas de democratización forzosa, los tiranos dinásticos de Kuwait y de Arabia Saudita, de Yemen, de Jordania, de Marruecos, de los pequeños emiratos del Golfo.
A ver qué pasa ahora con Bashar al-Assad, que en Siria se defiende a cañonazos de unas protestas callejeras como las de Egipto, Túnez, Libia, etcétera: las de la llamada “primavera árabe”. Ya el presidente Obama le advirtió a Assad que, en vista de que no quiso encabezar la “transición democrática”, debe abandonar el poder. Y decretó contra Siria sanciones económicas.
Que no se burlen del venezolano Hugo Chávez cuando decide traer sus reservas de oro a “países amigos” para que no se las roben. Gadafi tenía las suyas en la Gran Bretaña, en Suiza, en los Estados Unidos. Y se las congelaron. Así que no pudo seguirles comprando armas y municiones a esos mismos países, y terminó siendo derrocado.
Con lo cual la Otan tomó en sus manos el destino del pueblo libio.