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Bogotá, una ciudad atravesada por humedales

Ene 24, 2012

Bogotá, una ciudad atravesada por humedales


 

Humedal la Conejera                                                     La  tingua 

El 2 de febrero de cada año se celebra el Día Mundial de los Humedales, y en el se conmemora la fecha en que se adoptó la Convención sobre los Humedales: 2 de febrero de 1971. Una oportunidad para tomar conciencia sobre la importancia de Preservar, proteger y visitar estos ecosistemas de nuestra ciudad.  


Hay un cercano y acaso perpetuo vínculo entre Bogotá y el agua. Un vínculo que se revela en los torrenciales aguaceros de marzo, abril, octubre y noviembre, las inundaciones que convierten en ríos las calles y avenidas, la adoración de los indígenas por las lagunas, Bochica, el dios protector que formó el Salto del Tequendama, y Bachué, madre de los muiscas y diosa de los arroyos y los manantiales.

 

Arrastrando las basuras de los santafereños, corrían hace siglos los riachuelos que iban a dar, con su inmunda carga, al infortunado río Bogotá. Bajo los pies de una estatua de piedra de San Juan Bautista niño -el famoso Mono de la Pila-, que ocupaba el centro de la Plaza Mayor, antes de que fuera erigido el Simón Bolívar de Tenerani, brotaba el agua que consumían los Bogotanos. Y, como Bogotá es la ciudad del agua, también es la de los humedales . Existen quince en la ciudad y son el hogar de tinguas de pico rojo, garzas, patos turros, búhos listados, conejos, ardillas, borracheros blancos, arrayanes, alisos, orquídeas, juncos y cortaderas.

 

  

 


Hace cincuenta años los humedales ocupaban unas cincuenta mil hectáreas. Esa cifra ha disminuido dramáticamente a menos de solo ochocienta. En Bogotá y la Sabana estos ecosistemas se han ido diseminando, achicando, empequeñeciendo, parcelando. Cuando en 1538 Gonzalo Jiménez de Quesada fundó la ciudad, en el sector de Teusaquillo, toda la sabana, todo este territorio, estaba formado por pantanos y lagunas. Los indígenas, que eran casi anfibios, se transportaban en balsas de junco, y del río no se conocía su cauce. Los españoles, cuenta Germán Arciniegas, «le fueron arrebatando al agua sus dominios. Y a medida que se cultivaban encomiendas y se hacían camellones y al r&iacut e;o se le marcaba la orilla, desaparecieron la maleza y las ciénagas, y se les quitó el amor al agua. Empezaron a encapullar los sauces forasteros, a blanquear los campanarios, a fugarse los venados».


El crecimiento de la ciudad, las construcciones de avenidas, las urbanizaciones ilegales, han ido transformando el paisaje. Pero Bogotá sigue siendo única, a pesar de tanto cambio, a pesar de la contaminación, de los escombros arrumados entre los juncos. Aquí siguen siendo verdes los cerros tutelares y se puede ver una rica fauna y flora en los humedales.

El sistema de humedales de Bogotá es el más importante del norte de los Andes. Son pocas las grandes ciudades que tienen dentro de su casco urbano reservas naturales tan importantes como las de estos cuerpos de agua que regulan los caudales del río Bogotá y sus afluentes, mitigan el cambio climático, descontaminan el agua al actuar como filtros, ayudan a equilibrar la estabilidad del suelo y evitan las inundaciones en las temporadas de lluvias, amortiguando las aguas.

Numerosas especies animales y vegetales los habitan, muchas de ellas son endémicas, es decir, exclusivas de la región. Este es el caso de aves como la tingua bogotana, el cucarachero de pantano y el chamicero. Infortunadamente, muchos de estos animales se hallan en peligro de extinción. Los pájaros migratorios también arriban a los humedales. En los meses de septiembre y octubre llegan patos barraquetes y caretos; reinitas enlutadas, chorlos moteados. Hace años que no se ven varias especies que otrora eran comunes. Los humedales son uno de los ecosistemas más vulnerables del país, por lo requieren de un monitoreo constante a su la flora y fauna. Aunque en Bogotá se encuentran protegidos por ley (Acuerdo 19 /94), las campañas pedagógicas e instructivas sobre la importancia de los humedales han sido continuas y deben seguir fortaleciéndose para preservar este patrimonio natural.

Hasta hace poco tiempo se creía que Bogotá contaba con trece humedales: Torca, la Conejera, Córdoba, Juan Amarillo, Santa María del Lago, Jaboque, Capellanía, Techo, del Burro, la Vaca, Tibanica, Meandro del Say y Guaymaral. Sin embargo, en noviembre del 2009 se anunció el descubrimiento de dos más. Uno está situado en predios del parque Salitre Mágico y sus aguas son cristalinas; el segundo, que cubre un área de 8,4 hectáreas, está ubicado en la localidad de Bosa, entre los ríos Bogotá y Tunjuelo.

En las cumbres de los Andes, lejos de todo, allí se fundó a Bogotá. Para los españoles fue un alivio encontrar esta meseta con sus dos ríos que garantizaban que nunca les faltaría el agua y dos grandes y hermosos cerros situados al oriente. Aquí no había calor que los atormentara, ni mosquitos que los asediaran con su ponzoñoso zumbido. Tampoco era necesario abanicarse. Buscaron los claros, los lugares secos, no pantanosos, y allí construyeron las primeras chozas. Los humedales son un vestigio de lo que fue la Sabana de Bogotá en tiempos ya inmemoriales. Cerca de los edificios, de los rugidos de los carros y la maquinaria pesada, un pato canadiense aterriza sobre el agua del humedal la Coneje ra, una ranita verde se camufla bajo las hojas de un aliso y una tingua bogotana se deja llevar por la corriente de un riachuelo.

Texto y fotos: German Izquierdo Manrique.