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NARCOTRÁFICO GUERRA Y MEDIO AMBIENTE EN COLOMBIA

Ago 12, 2020

Por. Guillermo Rico Reyes[1]

 

Uno de los grandes problemas de la lucha insurgente en Colombia ha sido el dinero, cuando la Unión Soviética se derrumba, los alzados en armas no tenían como enfrentar ni al Estado, ni a los otros grupos irregulares como los paramilitares que estaban tratando de organizarse y otras fuerzas insurgentes con las que se enfrentaban.

El paramilitarismo ya existía, por su puesto, ha sido transversal en los 200 años de república, siempre con un objetivo: robar las tierras a los campesinos pobres y medianos, que los enfrentaban, pero siempre eran derrotados, fue en la guerra de los mil días y hasta mediados del siglo XX que se organizaron como ejércitos liberales. Fue en los años 80s del siglo XX, que los grupos paramilitares se organizan en poderosos ejércitos para doblegar todo tipo de oposición en sus regiones, siempre con el objetivo de crear un solo y gran ejército asesino que tuviera influencia en todo el país.

 

En los años tempranos de esa misma década, el narcotráfico inicia una ofensiva comercial que, con el empleo de “mulas” lograban poner varias libras de cocaína en los países más consumidores, pero la demanda en las calles frecuentadas por los viciosos, era mucho mayor que la oferta y esa escasez logró un alto precio del producto. Pronto comenzaron a rendirlo con todo tipo de sustancias que se parecieran a la cocaína, como talcos o aspirina molida y así lograr más dinero.

Un personaje saltó a la cabeza de los nuevos “traquetos” ricos con ansias de poder; fue Carlos Ledher Rivas, un fantasioso personaje colombo-alemán que, gracias a la destreza y sed de aventura logró exportar cargamentos de hasta 400 kilos en pequeños aviones que burlaban los radares gringos, toda una revolución comercial cuyos dineros pretendía emplear en un ejército de mercenarios para tomarse el poder y gobernar Colombia.

Eran los tiempos de Turbay Ayala que nombró como director de la aeronáutica civil, al señor Matarife. Fabio Ochoa Vásquez, jefe de una de las familias señaladas de narcotráfico cuyos hijos fueron condenados por ese delito, publicó su libro llamado “Mi Vida en los Caballos”, donde escribe que “el dr. Varito es el mejor candidato del narcotráfico a la presidencia de la república”. Dr.  Varito era el remoquete con el que se conocía a Álvaro Uribe Vélez en el bajo mundo.

La doble moral gringa

Uno de los reclamos que he querido hacerle a Daniel Mendoza, autor de la serie El Matarife, es que en la última parte del capítulo 3 asegura que el consumo de cocaína en la juventud gringa se incrementó por el deseo de que los “Yupis” ejecutivos querían sacarle más tiempo a los días de trabajo y encontraron en el “perico” una forma de hacerlo y pese a las largas jornadas de trabajo, un par de pases lo ponían en medio de la rumba sin sentir cansancio alguno.

No. Los factores fueron varios: los soldados gringos en Vietnam conocieron la marihuana y algunos fármacos que les suministró el propio estado gringo para sortear los horrores vividos y llegaron a sus casas enviciados implantando la droga a la sociedad gringa, creando un próspero mercado. Con esto y los yupis, el terreno era fértil y lo fue aún más por políticas de ese país.

Resulta que para 1979 el Frente Sandinista de Liberación Nacional de Nicaragua, logra derrocar a una de las dictaduras más sanguinarias de Centro América: por tres generaciones la dinastía Somoza: abuelo, padre e hijo habían causado miles de muertos de su pueblo y empobrecido a los sobrevivientes, hasta que, en ese año, un puñado de rebeldes lograron derrocarlos. En los últimos combates su máximo líder murió, Carlos Fonseca, así que la nueva dirección revolucionaria pasa a manos de Daniel Ortega, hoy presidente de ese país y Edén Pastora, también conocido como Comandante Cero.

Decepcionado porque el poder no quedó en sus manos, Pastora pasó al bando opuesto y se convirtió en un hombre de extrema derecha, contrató a los mismos mercenarios a los que antes atacó, recuperó otros de sus seguidores, los armó y declaró la guerra al nuevo gobierno revolucionario. Pero no había plata para esa guerra, así que acudió a su peor enemigo, Estados Unidos que, complacido aceptó financiar al ejército contrarrevolucionario, pero las noticias del derrocamiento de la “dictadura popular” y la derrota de los hijos de Sandino no llegaban y el mantenimiento del ejército de “contras” se volvía insostenible.

Fue entonces cuando algún funcionario de la CIA tuvo una gran idea… (son los “Hombres con ideas” que aparecen para empeorar todo)  se le ocurrió que, uno de los enemigos de Estados Unidos, Irán, tenía un gran arsenal que vendía a cualquier postor y a bajos costos, pero como no había dinero se propuso comprar perico a los traquetos colombianos para venderlos a los jóvenes norteamericanos y con esa plata le compraron las armas a Irán para dárselos a los contras nicaragüenses”.

Latinos, afros y pobres se volvieron viciosos. La droga colombiana estaba en cualquier esquina de cualquier ciudad de Estados Unidos y lo mejor, de gran calidad, porque era tanta, que ya no valía la pena rendirla con alguna porquería. En su afán por derrumbar gobiernos que no les gustaba, los gringos prefirieron envenenar a más de dos millones de jóvenes, para financiar una guerra que no era de ellos. Los interesados en ampliar el tema, pueden buscarlo como el “escándalo Irán-Contras”.

La experiencia fue retomada por los comandantes de los ejércitos latinoamericanos y por su puesto en Colombia, donde sobraban asesinos, militares, paramilitares, guerrilleros, narcos y muuuuchos kilos de perico, les pareció brillante aplicarla en nuestro país, porque los ricos, los empresarios, los terratenientes y muchos poderosos más, estaban cansados de aportar el ciento por ciento del costo de la muerte, entonces el problema del dinero, dejó de existir.

Aquí todo coincide: don Matarife dirigía la Aerocivil, desde allí dio vía libre a todo lo que se requería para esta labor, a la par que los involucrados sacaban jugosos dividendos por estar ahí facilitando lo que se requería y la lista fue larga: más de 8 mil licencias a nuevos pilotos, muchos de ellos murieron en accidentes aéreos y por los menos mil quinientos pagan largas condenas en cárceles de todo el mundo, licencias para aeronaves, empresas y pistas. Toda la infraestructura.

Al tiempo, se hacía la reingeniería de los ejércitos de extrema derecha, se aprobaron leyes que permitían su creación, nacieron las convivir que derivaron en las AUC y se permitió el uso de armas largas y automáticas, entonces comenzaron las masacres; el Urabá antioqueño fue la zona más desangrada: las fincas bananeras de Honduras, La Negra, La Mejor Esquina, los municipios de Segovia, Dabeiba y en el medio antioqueño el Aro, La Granja, Ituango, son algunos ejemplos. Muy pronto llegaron lo que, en mi opinión, son las tierras más costosas del mundo entero: la Costa Caribe, Los Montes de María y sus 17 municipios, los tres pueblos palafitos de la Ciénaga del Magdalena, Ciénaga, San Onofre, Ovejas, Canutal, Canutalito y más.

La insurgencia no se quedó atrás, muy pronto el sur del país fue epicentro de pistas clandestinas controladas por las Farc, coronar un cargamento dejaba más que un secuestrado, y fluyó el dinero para renovar armas, uniformes, equipos de campaña y pertrechos. Dos décadas después, los narcodineros llegaron a lugres impensados. El 26 de junio de 1999 el presidente de la Bolsa de Valores de Nueva York, Richard Grasso y los vicepresidentes de Relaciones Internacionales y de Seguridad y Protección del mismo organismo, Alan Yves Morvan y James Espósito, respectivamente; intercambiaron ideas con Raúl Reyes y Manuel Marulanda, integrantes del secretariado de las Farc, en la vereda La Machaca, de San Vicente del Caguán. Con el “fracaso Pastrana”, la guerra arreció gracias a las toneladas de perico que todos los responsables de la violencia sacaron, especialmente con destino al país más periquero del planeta: Estados Unidos.

La Paz de Santos y el medio ambiente.

En los acuerdos de paz “Santos-Farc” muchas cosas quedaron sueltas: la más importante, una reforma rural que nunca inició, pero ese punto tenía un “veneno” que si se aplicó: en mi libro “los acuerdos de La Habana: CONSTRUYENDO LA PAZ O PERPETUANDO LA GUERRA I” explico que en lo pactado se lee -harán parte de esa reforma las tierras que han perdido su objetivo inicial- es decir que la norma se podía convertirse en una excusa para que los sin tierra arremetieran contra el medio ambiente, como efectivamente pasó, entonces la depredación logró hasta 3.500 kilómetros mensuales, fueron destruidos bosques, selvas, reservas naturales y forestales y los lugares que un día fueron del control de la guerrilla, no pasaron al control del estado, sino del paramilitarismo y los cultivos se dispararon…

Según los mismos campesinos cultivadores de la hoja de coca, hoy los paramilitares le dicen a los cultivadores: “que hubo pues hijo de puta, a sembrar, pero ya no es por la buenas, si no lo hace… se muere” mientras que las fuerzas represivas del Estado, muestra su arremetida contra los cultivos de los campesinos con el argumento que pertenecen a las Farc, línea Gentil Duarte.

Los cultivos han escalado tanto en las esferas de poder que ya se han encontrado laboratorios en fincas de propiedad de políticos, como la recién descubierta en los terrenos del que fuera el embajador de Colombia en Uruguay. También en las finanzas de las campañas presidenciales, como en el caso de Iván Duque y que el actual fiscal de bolsillo, se niega a investigar.

 RED LIBRE: DEBATES  

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[1] Guillermo Rico: Periodista, Investigador y Escritor de los libros: “En Medio de la Guerra”, “Una Mentira Llamada Pos-conflicto”, “Los acuerdos de La Habana: Construyendo la paz o Perpetuando la Guerra I y II”, “Los niños en Colombia: El Futuro Abandonado”, “Poder & Fanatismo”, “Las Lagrimas Salaron el mar: Masacres olvidadas del Caribe”, “Hidroituango: Las Masacres que taparon con el agua”