Festival de la chicha, el maíz, la vida y la dicha
El 25 y 26 de febrero, el barrio La Perseverancia celebra su evento cumbre: el festival de la chicha, el maíz, la vida y la dicha, que este año llega a su versión número veinte con la participación de 50 familias de tradición chichera y la organización de la Alcaldía Local de Santa Fe.
Durante estos dos días se realizan muestras gastronómicas, musicales y culturales de manera gratuita, mientras que las chicheras venden de manera controlada los productos que durante más de 20 días han fermentado para deleitar a bogotanos y turistas. Se estima que cada año cerca de 8000 personas se han hecho presentes para consumir esta bebida.
No todo es chicha
Como antesala del festival, se realiza el ritual muisca al dios Fu, a través del cual las chicheras obtienen la bendición del grano de maíz en la laguna de Guatavita. En esta ocasión, se hace el sábado 18 de febrero.
El primer día (sábado 25 de febrero) se presentan grupos artísticos de colegios y organizaciones culturales locales, además de orquestas de música tropical, popular y andina. Y el domingo 26, hacen su presentación grupos de danza colombiana y un artista de reconocimiento nacional.
Paralelamente, se realiza el reinado de la chica, en el que las concursantes deben cumplir
los siguientes requisitos:
-Ser residente de la localidad
-Presentarse con un vestido hecho en materiales reciclables
-y ser miembro de una organización de chicheros de la localidad.
De acuerdo a Gustavo Niño, alcalde local de Santa Fe, “la alcaldía organiza este evento con el fin de beneficiar a más de 350 familias, fortalecer las relaciones entre familias y vecinos del barrio y propiciar espacios que afiancen las identidades locales”.
¿Y por qué tanta dicha?
Las dificultades sociales y económicas de gran parte de la población de la localidad de Santa Fe son la principal motivación para impulsar proyectos en el área artística, cultural y patrimonial como este festival y cerca de 10 eventos más. Es así como la administración busca promover las prácticas culturales de organizaciones locales y la población en general.
Por eso, y en cumplimiento del Acuerdo 121 de 2004 se establece el “Festival de la Chicha, el maíz, la Vida y la Dicha de la Perseverancia, como evento de interés cultural de Bogotá D.C.”, con el fin de impulsar la participación de los habitantes de La Perseverancia, los barrios colindantes y de todos los habitantes de la ciudad.
El festival se inauguró en 1995 y se organiza anualmente. Fue creado con el fin de recuperar y difundir las tradiciones autóctonas centradas en el recuerdo del culto a Nemcatacoa y la bebida principal del pueblo muisca: la chicha.
Contacto de Prensa
María Andrea Solano Behaine
Alcaldía Local de Santa Fe
Celular: 300 346 4062
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EL FESTIVAL DE LA CHICHA: UN GRITO DESDE EL ESPACIO PÚBLICO
Reseña
http://www.bifurcaciones.cl/2016/09/festival-de-la-chicha/
El Festival de la chicha es un proyecto propio del barrio La Perseverancia, esto implica que el festival tiene una referencia geocultural, hay una adscripción a un territorio y a unos relatos de origen, es decir constituye una unidad estructural constituida por lo geográfico y por lo cultural. En esta unidad se congregan historias, símbolos que han contribuido a construir a través de los años un carácter comunitario, que se expresa en una propuesta alternativa diferente de la cultura dominante.
Una de las características de las prácticas culturales de carácter popular es que emergen y se despliegan en los espacios públicos. El espacio público es el resultado del espacio concebido (planes, legislación, normas, obras públicas) y el espacio practicado (apropiación de la ciudad a través del uso), en este encuentro entre lo concebido y lo practicado, se manifiesta una puja permanente entre unos que persisten en restringir e imponer una forma de usar los espacios públicos, y otros que luchan por conquistar el derecho a vivir y disfrutar de la ciudad. Frente al funcionalismo propuesto por la ciudad planificada, sofocando al habitante, los habitantes a través de sus prácticas, generan mecanismos para poner en juego sus capacidades creativas a través de formas de acción colectiva y métodos de agitación que fomentan el libre uso y transformación del espacio público. Dice Manuel Delgado (2002: 110); “toda práctica social practica el espacio, lo produce, lo organiza”, forjándolo a través de una vivencia y una percepción corporal.
Los momentos comunitarios enérgicos como el del Festival de la Chicha [12], son momentos de afirmación de una identidad colectiva que tienden a generar, en el corto y el mediano plazo, reconocimiento e inclusión social. En estos, el espacio público potencia su función de ser un medio de inclusión y de intercambio entre todos y, en este sentido, es un espacio político que facilita la integración social y el reconocimiento social y político, y exige protagonismo en la construcción de la ciudad. Sin embargo, estos momentos festivos muchas veces pasan desapercibidos y no se les reconoce el rol que cumplen para la comunidad, y este es el caso del Festival de la Chicha en La Perse, un barrio donde lo que habitualmente sale a la luz son los momentos trágicos o hechos delictivos, dejando en las sombras las celebraciones que reafirman una identidad. De una u otra forma, es un clamor por el derecho a la ciudad, a practicar en ella, a participar de ella, y a brindarle la posibilidad de plasmar sus imaginarios y sus deseos.
Durante el Festival, La Perse se apropia y recrea el espacio público a través de la expresión de lo colectivo y de la vida comunitaria del barrio, y se abre al encuentro y el intercambio. Los vecinos toman las calles del barrio, y las mismas se abren a toda la ciudad, por esto podemos decir que el Festival es un grito en la ciudad desde la marginalidad, el olvido y la exclusión.
El rito por lo tanto es una exteriorización simbólica que se repite porque se confía en su eficacia, y prospera en una cultura cuando crece la amenaza de la disgregación sobre el cuerpo social. En La Perse, la amenaza es la agresiva presión inmobiliaria que se está llevando a cabo con la indiferencia institucional y la iniciativa privada, en pos de querer cambiar una zona de la ciudad que consideran como un espacio negativo.
¿Pero por qué la chicha?
La chicha formó parte importante del universo social indígena; considerada una bebida ritual, terapéutica y festiva, hacía parte de la cosmogonía indígena. Esta bebida, fermentada en recipientes de barro, era para los muiscas [14] un elemento esencial. Señala Alfredo Iriarte que los muiscas se embriagaban con esta bebida solo en momentos especiales (bodas, sepelios, carreras y celebraciones de victorias), y nunca en la vida cotidiana como hicieron sus descendientes (Iriarte, 1988). Durante la época colonial su consumo se extendió hacia otras capas de la población, convirtiéndose en una bebida más urbana y popular; los españoles decían: “se pierden por ella los indios y de esta usan en sus borracheras (Restrepo, 2005:12) [15].
Para entonces fue blanco de censuras y de diferentes medidas que pretendían impedir o controlar su elaboración y su consumo (Alzate, 2006). Las críticas a la chicha y las chicherías se agudizaron durante el siglo XIX y XX, cuando se la vinculó con diversos aspectos: el orden público, la moral y las buenas costumbres, la higiene y la salud pública. Esto fue avalado por estudios seudocientíficos de la época llevados a cabo por el médico Jorge Bejarano [16]. Tal fue la ofensiva que fue caricaturizada como un obstáculo al progreso y portadora de peligrosos gérmenes, relacionándola con el pasado, la inmundicia y la inferioridad racial. Y fue la industria cervecera la que se presentó como lo antagónico: una bebida moderna, limpia, símbolo de civilización y un producto de sociedades superiores.
Dos meses después de El Bogotazo [17], el 2 de junio de 1948, a partir del informe que emitió Bejarano, que señalaba a la chicha como el causante del levantamiento espontáneo de los ciudadanos de Bogotá, el gobierno de Mariano Ospina Pérez expidió el decreto 1839 que ordenaba el fin de la fabricación y expendio de chicha. En las siguientes décadas se prosiguió la acometida contra esta bebida y uno de los barrios más afectados fue La Perse. Cuentan los vecinos que se realizaron continuas inspecciones en las se rompían las vasijas que contenían la chicha, se imponían multas, condenas y amenazas. Luis Ruiz Murcia, vecino del barrio, recuerda:
“Cuando tenía 10 años me di cuenta que el resguardo llegaba a cerrar las tiendas y las señoras se ponían a pelear con ellos, entonces les rompían la loza y las tinajas y les regaban la chicha, multaban a la gente y, si alguien se ponía muy bravo, se lo llevaban al calabozo”.
Sin embargo, la prohibición de la chicha, además de representar la pérdida de una entrada económica para muchas familias, “simbolizó el poder del Estado sobre lo ´popular´, sobre los hábitos y las costumbres de las personas” (Ruiz y Niño, 2007: 50). A pesar de esto, su fabricación y consumo continuó clandestinamente, y algo paradójico; el barrio surgido a partir de la cervecería Bavaria donde la mayoría de sus residentes laboraban allí, fue uno de los barrios que, a pesar de su prohibición, mantuvo esta herencia ancestral.
Esta tradición se revitalizó a partir del Festival de la Chicha. Como señala Arturo Álape: “Así, la chicha pasó de ser un problema ‘de moral y de salud’ a convertirse en símbolo histórico de identidad de la cultura popular de la capital del país”. Fue un comienzo fortuito, durante una investigación sobre la historia del barrio que llevaba a cabo la Asociación Comunitaria Los Vikingos [18], donde se convocó a vecinos mayores del barrio para que narraran sus testimonios y anécdotas. A ella acudieron unos veinticinco con edades de entre 70 y 80 años. Luís Eduardo Ruiz Murcia, representante legal la Asociación, relata que el lugar del encuentro elegido fue la Chichería de Rincón, ubicada “en la primera calle del barrio”, y que “a los más viejos les gustaba tomar chicha y su piquetico con su ruanita. Allí se entrevistó a mucha gente que hablaban del barrio, de su fábrica Bavaria, de la chicha, la persecución del resguardo…”.
Luego de realizada la investigación por la Asociación, se decidió como retribución por el aporte que este grupo de vecinos mayores habían hecho al estudio, organizar una fiesta en torno a la chicha, bebida que aún se mantenía prohibida en la ciudad. Así lo relata Luis Ruiz:
“Antes la gente se reunía en las chicherías para hacer sus festejos y descubrimos que, para contar la historia de la Perseverancia, teníamos que remitirnos a estos lugares. El festival lo realizamos inicialmente como un homenaje a las personas más antiguas del barrio ya que vimos que la chicha les evocaba mucha alegría” [19].
La Asociación Comunitaria Los Vikingos organizó por primera vez esta fiesta en el año 1988, y la llamaron Festival de la Chicha, con el propósito de reivindicar la importancia que en el desarrollo del barrio tuvo la chicha, destacar su valor simbólico y la relación que el maíz conserva con lo ancestral. A partir de ese año, se continuó con la organización anual del Festival y el mes elegido, a partir de un acuerdo de vecinos, fue el mes de octubre, aunque hay años en los que, por problemas burocráticos, se retrasa su celebración. Además, se logró levantar la prohibición de fabricación y venta que se había mantenido durante más de 50 años y el Concejo de Bogotá reconoció el Festival de interés cultural, es decir, patrimonio inmaterial de la ciudad. En el Acuerdo Distrital 121 de 2004 se establece que debe realizarse “en el segundo fin de semana del mes de octubre de cada año para conmemorar las tradiciones culturales de Bogotá y mantener las de la región Cundiboyacense, en el marco de la celebración del día de la raza” (Artículo 3) [20].