Resultó una sorpresa lo ocurrido. Todos los medios y encuestas daban a Hillary Clinton por ganadora (con estrecho margen) sobre el radicalismo xenofóbico y racista de Donald Trump. Sin embargo, los resultados no fueron los esperados. ¿Cómo entenderlo?
Habría que comenzar por establecer que esta elección, como otras en EEUU y el mundo, están signadas por el impacto de la massmedia sobre las campañas electorales. Es lo que diversos analistas y teóricos han denominado la tecnopolítica o videopolítica. Eso es que los medios y sus acciones convergentes, levanten o destruyen una imagen o representación de un candidato. Eso se hace, a través de la creación de marcos interpretativos sobre los que se consideran “grandes temas o problemas” de las audiencias públicas. Ese proceso se traduce en una superposición de temas, que buscan afectar o “tocar” el denominado cerebro reptileano, que afecta las emociones.
En segundo lugar, la elección en EEUU representó un contraste entre la denominada opinión pública agregada (OPA) y la opinión pública discursiva (OPD). La primera, la OPA, es el resultado de la suma de las opiniones a través del sondeo o encuesta. La segunda, la OPD, es un proceso dónde el público es un colectivo de voluntades que deliberan entre sí. Ambas están basadas en opiniones o juicios expresados oralmente, en favor o en contra de una opción. Se estructuran sobre predisposiciones emotivas. Son esenciales para la construcción y consolidación del poder simbólico, entendido como la capacidad de intervenir en el transcurso de los acontecimientos, para influir en las acciones de otros, a través de los medios de producción y transmisión simbólica. Las encuestas “mostraban” una realidad momentánea, en la cual “aparecía” ganadora Clinton, sin embargo Trump recurrió a la manipulación –a través de la OPD- de elementos culturales que “representaban” los valores simbólicos de la sociedad puritana de EEUU.
En tercer lugar, cabe preguntarse ¿cómo se entiende este proceso de imposición de la OPD sobre la OPA? Creo que la respuesta debe ser buscada en las raíces históricas del pensamiento político puritano en los EEUU. ¿Pero que es el puritanismo? Es una doctrina que expresa las contradicciones en la transición histórica del viejo mundo con privilegios y exclusiones a uno nuevo, marcado por la “idea de progreso”. El progreso es una consecuencia de los elementos de la naturaleza, que hacían a unos “capaces” y a otros “incapaces”. El hombre se presenta así mismo cómo el resultado o el instrumento de un ente: “Dios”. Ese “dios”, seleccionó a un “conjunto de hombres sobre otros”. Se establece un “determinismo” donde el hombre seleccionado (por Dios), obra su destino, su hacer, su praxis en el sentido marxista del término. Se establece así un “orden” teológico-político, que hace (y justifica) el accionar contra todo hombre (o pueblo) que se oponga a esta obra (destino manifiesto) de Dios. Todo aquel que se oponga, llega a representar simbólicamente el mal. Vencer al mal en cualquier manifestación, es una “misión sagrada” que recompensará a los “hombres justos”.
Los descendientes de europeos, que poblaron y ocuparon el actual EEUU, se sentían “destinados por Dios” y aquellos pueblos que habitaban estas tierras, no eran sus iguales. Eran “bárbaros” como los habría calificado Aristóteles y cómo tal, carecían de todo. Los puritanos, derivados de las ideas del calvinismo, sostenían una nueva iglesia, que reinterpreta la relación entre Dios y el hombre. Los puritanos sostienen que son “intérpretes de dios” y “realizadores de sus designios”. Para los puritanos, la “salvación” es un esfuerzo individual. Es la base del individualismo egoísta, impulso de las ideas esenciales del liberalismo-capitalista. Dominar la naturaleza, es la mejor forma de rendir tributo a Dios. Por ello cualquier forma de dominación, es vista como un designio de Dios, para cumplir su obra. Y esa obra, debió ser cumplida por el hombre blanco, sobre las “bestias” que habitaban estos territorios de Nuestra América.
El puritanismo es radicalidad individual. Y esa radicalidad es la base del accionar de los llamados “padres fundadores” de los EEUU. Es lo que los llevó a enfrentarse con sus orígenes en la Guerra de Independencia a Inglaterra. Es lo que algunos teóricos como Marcello Gullo denomina la “insubordinación fundante”. Esa idea de radicalidad individual, es la idea utilizada en la campaña de Trump. ¿Cómo se oponía esa idea a las de Clinton? La respuesta debe entenderse por el hecho que el binomio Clinton-Obama representan un visión que podemos denominar “unilateralismo globalizador”, que sostiene una versión más actual del puritanismo, en cuánto los EEUU están “destinados” a ejercer el control militar y económico del mundo, después de la crisis paradigmática del denominado socialismo real. Ello se concretaba a través de la expansión de las formas del capital financiero por todo el mundo, asentando el dominio de EEUU sobre el resto de la humanidad.
Ese esfuerzo, debía recompensarse con la supremacía hegemónica perenne de los EEUU, tanto sobre sus aliados (Inglaterra, Francia, Japón, Alemania, Italia, España, Holanda) como ante sus adversarios/enemigos (China y Rusia). Sin embargo, el unilateralismo globalizador, generó la transmigración del capital norteamericano hacia otras latitudes y con ello, las “capacidades” de liderazgos se vieron afectadas, por el impacto de la translocalización de industrias en países como la propia China, Rusia, Indonesia, Singapur, Brasil o México, donde la mano de obra más barata y la flexibilización laboral, generaban más ganancias. Contrastando con esa visión globalizadora, Trump recurrió a las bases conservadoras de la noción de trabajo y esfuerzo individual, como base de la prosperidad.
Trump contrastó el fracaso que condujo el unilateralismo ante el empuje económico (y militar) de Rusia y China. Mostró que el binomio Clinton- Obama, con su propuesta de atención a las minorías representativas (afrodescendientes y latinos) afectaba al pueblo elegido por Dios: los blancos anglosajones. Clase media, clase obrera y dirigió un discurso (OPD) hacia ese sector, elevando los “miedos” hacia la apertura y el igualitarismo, que impulsaban los demócratas.
Pero a nuestro parecer, Trump no actuó solo. La estructura real de poder en los EEUU, no está representado por el Congreso, los partidos o el propio presidente. Está constituido por las grandes corporaciones mediáticas, el trust productor y todo el complejo militar. Esa estructura real de poder, que ve con preocupación cómo las políticas de Clinton-Obama han generado la posibilidad de una alianza entre Rusia y China, que amenaza no sólo económicamente, sino militarmente la “supremacía” de EEUU. Amenaza su “destino manifiesto”. Que en términos filosóficos es firmemente formulada con la Doctrina Monroe en 1823 y complementada con los denominados Corolarios (Roosevelt, Platt, entre otros).
Ese “poder real”, actuó activando el cerebro reptileano de los votantes, impulsando el miedo al “otro” y aceptando que el discurso de Trump, representaba más sus intereses que el binomio Clinton-Obama. En términos de Guerra No Convencional, Trump puso en duda todas las lógicas de ejercicio de poder de los demócratas e incluso de los republicanos. Trump recurrió a representar los valores tradicionales del puritanismo, que llevó a los “padres fundadores” a cumplir el “destino manifiesto” de Dios.
Creo sin duda, que en esta particularidad está la clave de este triunfo. Ahora bien, su victoria ha creado un cisma en el funcionamiento de las estructuras de poder. Ha creado una ruptura en el aparato institucional y hegemónico norteamericano, impulsando un quiebre que puede ser fatal para su futuro inmediato. Pero por otro lado, Trump sirve para los esfuerzos de esa visión puritana de rescatar su preeminencia, concentrándose en lo interno para defenderse de las “agresiones” externas de China y Rusia, recuperar su protagonismo en su “patio trasero” (Nuestra América) y volver a colocar a los EEUU en el sitial de honor que les corresponde por la “acción y voluntad de Dios”.
Trump representa lo más significativo de la psiquis política del norteamericano blanco, anglosajón y puritano, por ello logró imponerse sobre la millonaria campaña de Clinton. En términos de comunicación política, el discurso provocador de Trump se transformó en un discurso que es “dicho”, eso es que por aceptación o rechazo fue reproducido, divulgado y extendido en toda la esfera pública norteamericana, rindiendo sus frutos en términos electorales, pero creando un gran debate sobre el funcionamiento del status quo en lo interno y externo de EEUU.
Sostenemos que realmente no había diferencia sustancial entre la praxis de Clinton y Trump. Ambos representan un sentido histórico de dominación, que se asume como elegido por Dios, sólo que Trump supo sacar más provecho a esa raíz histórica, imponiéndose sobre su rival. Sin duda, la perspectiva del miedo ante este triunfo, tanto en la sociedad norteamericana como en el resto del mundo está presente. Se avizora notoria conflictividad, pues está planteado un profundo choque cultural de esa idea de “Destino Manifiesto” y las características subversivas, de oposición organizada que están presente en las tensiones del sistema-mundo.
9/11/2016
Dr. Juan Eduardo Romero
Director Centro de Investigaciones y Estudios Políticos Estratégicos (CIEPES)
Politólogo/historiador